lunes, 12 de junio de 2017

Tirrena

Ayer soñé que viajaba a Santa Teresita
a buscar algo que no sabía qué era
pero se parecía a un recuerdo o un amuleto de mi niñez.
Llegaba de noche a un departamento
en el que era yo un fantasma
y no los otros, dejé mis cosas
y salí, busqué un negocio
donde me mostraban joyas pequeñas baratas brillantes.
¿Te conté alguna vez que amaba
las vidireras de las joyerías
porque todo en ellas brillaban?
No era el oro sino el brillo,
la luz desarmándose en el iris lo que fascinaba
y puedo hoy escuchar
la voz de mi madre diciéndome que vaya a su lado,
que no me despegue,
que no me perdiera en aquella vidriera?
Elegía en el sueño
una joya dorada y cristalina
que guardaba en mi mano,
y caminaba hasta la playa
como si fuera eso lo que que había ido a buscar
y no un objeto ni una joya
sino el momento en que el mar rugía como un dios violento
y yo entraba en sus olas oscuras
y cada tanto salía a respirar.
En la orilla me esperaba una mujer hermosa,
un demonio espíritu terrible
que me decía que debía luchar contra ella
porque vencer su poder era aceptar el mío
y golpé mis manos contra su cuerpo bello
sus pechos luminosos labios carnosos
larga cabellera,
como si eso fuera parte de lo que había ido a buscar ahí,
y no un objeto una joya
sino una guerra.
Antes de volverse arena y agua
supe que su nombre era Tirrena,
puso sus manos en sus pechos
y sacudió su cabeza
creo que iba a decirme algo pero no la supe escuchar
porque desperté.
Tenía las manos duras tensas
como si la lucha hubiera sido real,
los pies cansados
como si hubiera caminado toda la noche
en la arena húmeda,
los hombros duros por haber sostenido el mundo
Y me dije
despierta, en la cama
que el dolor siempre prueba lo real.